jueves, 19 de noviembre de 2015

EL DELIRIO






  Lejos de ella  /la locura/  sea un insulto para la libertad, es su más fiel compañera, sigue su movimiento como una sombra. Y el ser del hombre, no sólo no puede ser comprendido sin la locura, sino ¿qué no sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como el límite de su libertad ?  
                                                  Jacques Lacan

   Este escrito trata del delirio. Comenzaré por el riguroso estudio que el filósofo italiano Remo Bodei elabora sobre el tema,cuestionando radicalmente la tópica polarización convencional entre racionalidad/irracionalidad (delirio, locura). Lo que reivindica Bodei es que detrás de cualquier delirio siempre hay una lógica que tiene como función la reconstrucción de un psiquismo devastado.
Con ello  quiere sustituir el despedazado mundo mental anterior por algo nuevo que tenga una coherencia, aunque sea la del delirio. A medida que éste avanza como un alud psíquico el sujeto se aferra a él como a un clavo ardiendo. En su deriva va aumentando, paradójicamente, la certeza que tiene el sujeto a partir su propia reconstrucción delirante. Esto es lo que le hace atrincherarse cada vez más en su discurso y defenderse desde la falsa evidencia de la certeza absoluta. El delirante puede tener intuiciones muy agudas pero siempre las sobreinterpreta, de forma que la inteligencia, sin desaparecer, se pone al servicio de una lógica interna sin fisuras. La paranoia es el ejemplo paradigmático de este proceso, ya que en ella se quiere mantener la integridad del yo sosteniéndolo con sus identificaciones imaginarias que cierra herméticamente. De esta manera va transformando su angustia en una acusación contra un mundo externo que se presenta amenazador, como un Otro perseguidor. El filósofo italiano analizará otros aspectos específicos del delirio: su carácter metafórico, no reconocido como tal por el sujeto del delirio; la lógica excesivamente simétrica, rígida, donde pueden confundirse registros diferentes, con unos conceptos hiperinclusivos (que incluyen aspectos no convencionales  a los que se llega por una asociación  puramente subjetiva que resulta totalmente arbitraria para los otros.).
  Hay una gran afinidad entre este planteamiento y el del psicoanálisis, en el que en buena parte Remo Bodei se ha inspirado. Freud ya decía que hay en el delirio un núcleo de verdad. y en esta misma línea Lacan lo concibe como una reconstrucción simbólica del psicótico para defenderse de una devastación psíquica total. Lacan, que ya antes de descubrir el psicoanálisis había trabajado desde la psiquiatría el tema de las psicosis, plantea una elaboración teórica muy rica, efectuada desde la clínica, que abarca desde sus primeros estudios sobre la psicosis paranoica hasta sus últimos trabajos sobre Joyce. Sus referencias teóricas son su Seminario III (“Las psicosis”) y el texto “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis” y las dos  tienen como base el análisis freudiano de las Memorias de Scherber. Pero cuestiona que la construcción paranoica sea una defensa contra el deseo homosexual y no de la devastación psíquica a que conduce la psicosis. Lo que Lacan aprovechará de Freud será más la letra pequeña que las conclusiones.  Pero también continuará el proyecto, más o menos explícito en Freud, de explicar la psicosis a través de un mecanismo específico diferente de la represión (que es el propio del neurótico) y del la negación (específico del perverso). El psicótico experimenta fenómenos elementales que podríamos incluir inicialmente en el registro del imaginario (voces y alucinaciones) pero que adquieren sentido a partir  del discurso  que hay detrás,  que pertenece a lo simbólico y  por lo tanto al lenguaje. La estructura clínica psicótica se forma a partir de un mecanismo específico, que es el de la forclusión, que literalmente quiere decir la prescripción de una investidura, lo cual quiere decir que el sujeto queda privado de entrar en el orden simbólico, ya que esta inscripción es producto de la sustitución del significante del Deseo de la Madre por la metáfora paterna del Nombre-del-Padre.

 ¿Que quiere decir Lacan con esta formulación tan críptica para los no iniciados en su vocabulario? Lo que quiere manifestar es que el niño goza del contacto con el Otro Primordial (que puede ser la madre biológica o quién la represente) y que este goce deja una huella  (que es lo que Freud llama la identidad de la percepción, que consiste en alucinar la presencia de la Madre cuando ésta no está presente). El niño está aquí totalmente a merced de la Madre como el Otro Primordial  y es la entrada en el Orden simbólico (el Gran Otro) el que le permite  poner un límite a este goce y salir de él. Esto sólo es posible a través de la represión primordial del significante asociado al recuerdo de este goce con la Madre, que queda  sustituido por otro significante que representa la identificación simbólica con el Padre a través del Ideal del Yo. Este proceso  pone un límite al goce y posibilita la aparición del deseo, pero crea  un sujeto dividido, que es a la vez sujeto del inconsciente y sujeto simbólico. Así, si este proceso no es posible y éste otro simbólico del lenguaje y de la ley que nos separa del Uno primordial del goce no se consolida, entonces éste es  expulsado del psiquismo y aparece como un real insoportable que forma parte de la realidad. Falla la separación del Otro, lo cual tiene como consecuencia una irrupción psicótica que provoca el derrumbe autista (la esquizofrenia) o una reconstrucción simbólico-imaginaria de carácter delirante ( la paranoia) para evitar esta devastación psíquica total . Hay en el paranoico una certeza delirante del yo imaginario, en la que falla la simbolización, en el que no se acepta al Gran Otro pero al mismo tiempo se queda completamente a merced del Otro perseguidor y queda absolutamente  atrapado por su mirada, por su voz. Lo que hace siempre el paranoico es mantener los significantes independientemente de los significados, con lo que lo simbólico y el imaginario quedan totalmente desvinculados.
  Pero el Lacan de los años setenta vuelve sobre el tema y lo hace de una manera inquietante al plantear la locura como algo constitutivo de lo humano. Todos los hombres deliran, llegará a afirmar Lacan en esta época, porque siempre hay un agujero en lo simbólico, ya que falla la simbolización de lo real,  y no solo en los psicóticos. El tema de la locura en Lacan es complejo y para él no sería ni lo mismo la locura que la psicosis ni tampoco un fenómeno específico de ella, ya que puede haber una locura histérica o una psicosis compensada. En el texto más hegeliano de los Escritos de Lacan “Sobre la causalidad psíquica” ( cuya referencia filosófica es La Fenomenología del Espíritu de Hegel) en el que la locura se presenta, por una parte, como inseparable de la subjetividad y del psiquismo, que es un efecto del lenguaje y por lo tanto ligado al ser parlante. La locura tiene también relación con la infautación del yo, con la creencia delirante en el propio yo basada en  la identificación su imagen idealizada. Massimo Recalcati, brillante psicoanalista italiano, traza un lúcido recorrido sobre lo que considera las cuatro tesis de Lacan sobre la locura. En la primera la locura aparece como algo inseparable de la libertad, como el mismo  límite de la libertad (y no como dice la psiquiatría convencional un insulto o una traba para ella).
 En la segunda tesis la locura es la exclusión del Otro simbólico, proceso que lleva a una identificación puramente imaginaria en la que no hay un otro simbólico que la sostiene. La identificación es entonces monolítica, absoluta y se transforma en  una certeza que no permite la distancia. En la tercera tesis elabora una teoría edípica sobre la locura, en la que mantendrá, al igual que la anterior, que la locura se produce por una falta simbólica. La cuarta tesis es sobre el carácter universal del delirio es que hay una diferencia entre la locura como fenómeno psíquico y la psicosis como estructura psíquica, por lo que la locura  como fenómeno puede aparecer en cualquier subjetividad y en cualquiera de las estructuras clínicas señaladas por Lacan (psicosis, neurosis, perversión). Creo que la afirmación de Lacan puede asumirse con reservas en la medida en que recoge el gran hallazgo freudiano de romper el límite infranqueable entre el sujeto normal y el anormal. Los mecanismos no son los mismos pero responden siempre a una lógica a que ningún humano le es ajeno, ya que ni la represión, ni la negación ni la forclusión son exclusivas del neurótico, del perverso y del psicótico. Los sujetos normales quizás no son otra cosa que sujetos adaptados al medio a través de una normalización social, pero tienen implícita una estructura neurótica, psicótica o perversa que está compensada pero que en cualquier momento se puede desencadenar de manera manifiesta. En la película Él ,de Luis Buñuel  (muy apreciada, por cierto, por Lacan) podemos ver a un sujeto de estructura psicótica que vive perfectamente adaptado al entorno social y que únicamente desencadena en forma de delirio de celos a partir un acontecimiento contingente (el encuentro con la Mujer).
   Žižek plantea que hay en el proceso de  constitución del mundo humano, es decir del mundo simbólico, un  pasaje por la locura. El gesto que abre el Logos, nos dice siguiendo a Hegel en lo que éste llama la Noche del mundo, es un punto de locura total, en el que vagan las apariciones fantasmagóricas de los objetos parciales. de las pulsiones ( en la traducción psicoanalítica de Žižek). La verdadera pregunta no es entonces como pasamos de la normalidad a la locura sino como salimos de la locura para pasar a la normalidad. ¿No será la razón normal, como dice Schelling, una forma regulada de locura?   Žižek tiene un curioso artículo que titula “En los orígenes de la noción de psicosis: Schelling” en el que expone como este filósofo formula en su libro Investigaciones sobre la libertad humana y las Edades del Mundo una serie de intuiciones muy  perturbadoras que permiten una interpretación muy sugerente. Habla de que el Mal demoníaco y originario  existe independientemente del Bien, que es una voluntad pura, libre, como acto libre injustificado, inesperado, independiente de las contingencias. En el comienzo Dios era calma y beatitud hasta que aparece una primera contracción, un estrechamiento que constituye a Dios como Sujeto, y con él un furor destructor que va contra sí mismo, contra el Uno Divino. Es a través de la aparición de su Hijo, de su Palabra pacificadora que Dios rechaza esta locura divina este torbellino primitivo y terrible de estar entre la expansión y la contracción. La Vida Divina antes del nacimiento del Hijo, dice Žižek a partir de Schelling, es una tensión que va hasta la locura; un mundo sin eclosión simbólica, un mundo cerrado sin la distancia, un mundo donde el Dios real, en su soledad terrible, está siempre sofocado por su propia cólera : un mundo radical y propiamente psicótico. Siguiendo con este planteamiento Schelling viene a plantear en términos divinos una alegoría sobre la psicosis paranoica. Para salvarse del Fin del mundo, del derrumbe del universo, que Dios debe inventarse a su Hijo y su Palabra. Si leemos retroactivamente a Schelling habría una formulación anticipada de otro tema: la tesis lacaniana fundamental según la cual la locura se funda sobre una libertad, sobre una elección originaria. Lo real lacaniano es precisamente, continúa, lo que el Hegel juvenil llamaba La Noche del Mundo, la locura que surge de la contracción del puro Yo al separarse del Mundo, la negatividad absoluta que es lo que más tarde Freud llamaría la pulsión de muerte. Es decir, que pasamos de la Naturaleza a la Cultura para salir de esta locura traumática, que es lo que precede necesariamente a nuestra socialización primaria. El problema no es el perder el principio de realidad sino ganarlo y para ello hay que superar este pasaje por la locura que surge en el tránsito de la constitución de nuestra subjetividad. Este proceso no está vinculado a una determinada sociedad, a una contingencia histórica, puesto que tiene un carácter estructural que afecta a todos los humanos en la medida en que somos seres parlantes. Castoriadis, en una línea argumentativa paralela,  habla de algo parecido al definir al hombre como un animal loco y entender la socialización como la manera que los humanos dejamos la locura de ser una mónada psíquica y pasamos abrirnos al Otro.
Podríamos afirmar también, siguiendo a Freud, que hay un elemento delirante no sólo en el discurso religioso sino también en el mismo discurso filosófico, que  tiene una cierta analogía con el de la paranoia en la medida que es una reconstrucción simbólica de la realidad basada en la omnipotencia de las ideas. Pero los ejemplos a los que uno puede recurrir por su propia experiencia son infinitos: yo mismo recuerdo el discurso delirante de algunos grupos de la extrema izquierda cuando hablaban de una clase obrera absolutamente idealizada e inexistente preparando la Huelga General Revolucionaria que sólo existía en sus cabezas. Entramos aquí otra vez en el tema de la ilusión y la dificultad de diferenciarla del delirio, siempre sabiendo que nos movemos en el mundo de las significaciones y por lo tanto el del imaginario.
  La cuestión clave me parece que es la anteriormente mencionada noción de Bodei de sobreinterpretación en el delirio. Quiere decir que aunque por su propia naturaleza el pensamiento interpretar y  lo hace siempre desde el imaginario, hay un límite que tiene que estar determinado por la propia experiencia de las identificaciones perceptivas. La sobreinterpretación es una distorsión sistemática de los hechos a partir de una lógica discursiva completamente rígida e independiente de lo que sucede.
 Fernando Codina, reconocido neuropsiquiatra, se tomará muy en serio el tema de la psicosis universal que insinúa Lacan citando a Pascal: “El hombre está tan necesariamente loco, que no estarlo sería una forma de locura”. Codina mantendrá, sin embargo, la necesidad de diferenciar esta locura intrínseca vinculada a lo humano de la que se da en las psicosis específicas (esquizofrenia, paranoia y maníaco-depresiva), Mantendrá que hay que discriminar entre los delirios normalizados de los delirios psicóticos, ya que estos últimos atrapan de forma absoluta a un sujeto que ya no habla la lengua común sino una lengua propia inventada por él. El discurso simbólico se transforma en delirante, en el sentido fuerte de la palabra, cuando la distorsión es absoluta. Aunque hay que aceptar, como ya hemos señalado, que hay muchos elementos delirantes en los discursos normalizados e incluso de la propia ideología de una sociedad, pero consideremos a éstos como dentro del campo de la ilusión no del delirio para no caer en excesos verbales que por su ambigüedad conducen a la peor de las confusiones. 

 Quizás el delirio común se refiera al futuro y en este sentido todos deliramos. Y el delirio psicótico se refiera al presente. En todo caso lo que diferenciaría a cualquier humano del psicótico sería cómo y sobre qué deliramos.

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