
Escrito por Luis Roca Jusmet
El
fenomenólogo, historiador y hermeneuta
de las religiones Mircea Elíade, mantenía y celebraba, hace ya unas décadas,
que estuviésemos asistiendo a un auge
del simbolismo. Uno de los factores
que, según él, explicaban este acontecimiento era el descubrimiento del
inconsciente, que supuestamente se manifiesta a través de imágenes, figuras
y escenarios que no deben entenderse en sentido nominal sino simbólico. Otro
elemento era el surgimiento del arte abstracto y del surrealismo, cuya
significación sólo se podía descifrar en términos simbólicos. Un tercero eran
las investigaciones antropológicas, que abrían un horizonte para el estudio de
una mentalidad primitiva, que se descubría fundamentada en el mito y el
símbolo. Finalmente el proceso se universalizaba al incluir en último lugar a
la lingüística, la epistemología, y, sobre todo, a la filosofía. El hombre pasa
a ser considerado como un animal simbólico, según la clásica
definición de Cassirer, entendiendo así el símbolo como una donación humana de sentido, presente en todas las
formas culturales (Mito, religión, lenguaje, arte, ciencia.). Elíade saludaba
este auge como una buena nueva, ya que según sus palabras: “Uno no puede como
menos que congratularse ante estas
investigaciones, emprendidas desde diferentes puntos de vista y que atañen a un
tema tan importante en su propio campo de trabajo. Gracias a la solidaridad de
todas las ciencias del hombre, todo descubrimiento importante realizado en un
sector repercute sobre disciplinas
afines. Cuanto la psicología o la semántica pueda enseñarnos sobre la
función del símbolo interesa, sin duda alguna, a la ciencia de las religiones.
Porque, en el fondo, ¿ acaso la materia no es la misma?.”
Pero el caso es que, justamente, la
materia no es la misma, y creerlo supone entrar en una confusión teórica importante, ya que detrás
de esta moda del simbolismo hay una creciente
ambigüedad conceptual que envuelve el término. La psicología profunda.
de la que habla Mircea Elíade, por ejemplo, es la que defiende Carl G. Jung en
su deriva pseuidoespiritualista del psicoanálisis. Si nos referimos
estrictamente a la tradición psicoanalítica la palabra simbólico,
utilizada como sustantivo, ya está presente en su texto fundacional ( La
interpretación de los sueños) y se entiende por ello el conjunto de
símbolos dotados de significación que pueden encontrarse en diversas
producciones del inconsciente, que son un modo de representación indirecta y
figurada de una idea, conflicto o deseo inconsciente. Toda formación
sustitutiva, como el sueño y el síntoma, son simbólicos en la medida en que son
contenidos manifiestos que expresan de manera distorsionada el contendido
latente de estos fenómenos psíquicos. De esta manera lo que se simboliza es
algo oculto que está reprimido, pero la relación entre el símbolo y lo
simbolizado es algo contingente, una asociación psíquica que no tiene más
sentido que el que se adquiere en el contexto de una biografía individual,
totalmente aleatoria y singular. No hay simbolismos universales, como afirmaba
Jung.
La problemática que introduce en el marco del
psicoanálisis esta cuestión, ya está presente en la interesante polémica que se
desata entre Freud y Jung el año 1911 y que les llevará, un año más tarde, a
una traumática y definitiva ruptura ; Freud concluye finalmente que lo que hace
Jung es construir un nuevo sistema ético-religioso que no tendrá nada que ver
con el psicoanálisis. Esta
dualidad de perspectivas se ejemplifica en las diferencias entre Freud y Jung
respecto a la interpretación de los sueños, ya que para el primero la imagen
tiene un valor simbólico aleatorio que se explica por las cadenas asociativas
del sujeto, mientras que, por el contrario, para el segundo hay unos arquetipos
colectivos que se expresan en símbolos innatos y universales.
La misma concepción teórica de Cassirer sobre el símbolo es
ambigua y en algunos aspectos contradictoria, ya que por una parte abre un
horizonte amplio y profundo en el tratamiento de lo simbólico y por otra parte
mezcla de manera confusa cosas como el
lenguaje y el folklore. En el primer aspecto lo simbólico se convierte en el
orden constituyente del mundo humano, que certeramente contrapone al entorno
animal, ya que el símbolo, en la medida en que hace presente lo ausente nos
sitúa en una nueva dimensión que nos permite superar las coordenadas
espacio-temporales del presente. Pero Cassirer, como ya he dicho antes, se
equivoca al colocar en el mismo registro el lenguaje que los otros productos culturales ( el mito, el
folklore, la religión) y a partir de aquí abre paso a esta equívoca hermenéutica
del sentido de Jung y de Elíade. Paul Ricoeur intentará salir de la
ambigüedad introducida por Cassirer considerando su concepción del símbolo como
excesivamente amplia y que éste no tiene que diferenciarse conceptualmente de
un signo lingüístico: es símbolo es una expresión lingüística de doble sentido
que requiere una hermenéutica, que es el trabajo de interpretación que
posibilita descifrar los símbolos".
Pero este doble sentido abre el camino de la analogía, de una arquitectura del
sentido en la que hay dos planos en los que el símbolo muestra y oculta,
paradójicamente, lo que no puede ser dicho de otra manera. El símbolo reclama
entonces ser interpretado y aquí es donde la hermenéutica descubre sus raíces
en la exégesis bíblica efectuada por el cristianismo a través del símbolo y de
la alegoría. La hermenéutica cristiana
busca una restauración del sentido a partir de la interpretación del símbolo
(frente a la hebrea, que sería una hermenéutica de la letra) para
actualizar la
Palabra Revelada.
Ricoeur también crítica a Freud por no haber sido capaz de ver que el
lazo simbólico se edifica en el lenguaje y por no entender que el símbolo no
puede considerarse nunca preverbal : la operación de simbolizar es única y
exclusiva del ser parlante. ¿ Pero es consecuente Ricoeur con esta afirmación?
En todo caso lo que acaba planteando es justamente aquello que Freud más quería
evitar: la desviación jungiana, que consiste en un retorno a la metafísica y a
la teología. No es de extrañar, ya que como confiesa Ricoeur la interpretación
del símbolo tiene más que ver con la hermenéutica de inspiración religiosa que
con el método científico.
La consecuencia lógica del planteamiento
hermenéutico de Jung-Elíade es la de reivindicar el imaginario como el
lenguaje de lo simbólico. Este planteamiento fructificará en La Escuela de Eranos,
lugar paradigmático donde se reúnen las
personalidades más sobresalientes de
esta hermenéutica simbólica y cuyos líderes serán Mircea Eliade, Gilbert Durand y Jung, que dará la siguiente definición de
símbolo.“Es siempre una contextura de naturaleza complejísima, pues entran en
su composición datos de todas las funciones psíquicas (...). Lo rico en
presentimiento y grávido de significación del símbolo es tan elocuente para el
pensar como para el sentir, y su peculiar virtud de imagen -cuando aparece
informado en forma sensible - estimula tanto la percepción como la intuición.
Es la mejor designación o fórmula posible para un estado de cosas relativamente
desconocido, pero reconocido o reclamado como existente.”