Escrito por Luis Roca Jusmet
El fenomenólogo, historiador y hermeneuta de las religiones Mircea Elíade, mantenía y celebraba, hace ya unas décadas, que estuviésemos asistiendo a un auge del simbolismo. Uno de los factores que, según él, explicaban este acontecimiento era el descubrimiento del inconsciente, que supuestamente se manifiesta a través de imágenes, figuras y escenarios que no deben entenderse en sentido nominal sino simbólico. Otro elemento era el surgimiento del arte abstracto y del surrealismo, cuya significación sólo se podía descifrar en términos simbólicos. Un tercero eran las investigaciones antropológicas, que abrían un horizonte para el estudio de una mentalidad primitiva, que se descubría fundamentada en el mito y el símbolo. Finalmente el proceso se universalizaba al incluir en último lugar a la lingüística, la epistemología, y, sobre todo, a la filosofía. El hombre pasa a ser considerado como un animal simbólico, según la clásica definición de Cassirer, entendiendo así el símbolo como una donación humana de sentido, presente en todas las formas culturales (Mito, religión, lenguaje, arte, ciencia.). Elíade saludaba este auge como una buena nueva, ya que según sus palabras: “Uno no puede como menos que congratularse ante estas investigaciones, emprendidas desde diferentes puntos de vista y que atañen a un tema tan importante en su propio campo de trabajo. Gracias a la solidaridad de todas las ciencias del hombre, todo descubrimiento importante realizado en un sector repercute sobre disciplinas afines. Cuanto la psicología o la semántica pueda enseñarnos sobre la función del símbolo interesa, sin duda alguna, a la ciencia de las religiones. Porque, en el fondo, ¿ acaso la materia no es la misma?.”
El fenomenólogo, historiador y hermeneuta de las religiones Mircea Elíade, mantenía y celebraba, hace ya unas décadas, que estuviésemos asistiendo a un auge del simbolismo. Uno de los factores que, según él, explicaban este acontecimiento era el descubrimiento del inconsciente, que supuestamente se manifiesta a través de imágenes, figuras y escenarios que no deben entenderse en sentido nominal sino simbólico. Otro elemento era el surgimiento del arte abstracto y del surrealismo, cuya significación sólo se podía descifrar en términos simbólicos. Un tercero eran las investigaciones antropológicas, que abrían un horizonte para el estudio de una mentalidad primitiva, que se descubría fundamentada en el mito y el símbolo. Finalmente el proceso se universalizaba al incluir en último lugar a la lingüística, la epistemología, y, sobre todo, a la filosofía. El hombre pasa a ser considerado como un animal simbólico, según la clásica definición de Cassirer, entendiendo así el símbolo como una donación humana de sentido, presente en todas las formas culturales (Mito, religión, lenguaje, arte, ciencia.). Elíade saludaba este auge como una buena nueva, ya que según sus palabras: “Uno no puede como menos que congratularse ante estas investigaciones, emprendidas desde diferentes puntos de vista y que atañen a un tema tan importante en su propio campo de trabajo. Gracias a la solidaridad de todas las ciencias del hombre, todo descubrimiento importante realizado en un sector repercute sobre disciplinas afines. Cuanto la psicología o la semántica pueda enseñarnos sobre la función del símbolo interesa, sin duda alguna, a la ciencia de las religiones. Porque, en el fondo, ¿ acaso la materia no es la misma?.”
Pero el caso es que, justamente, la
materia no es la misma, y creerlo supone entrar en una confusión teórica importante, ya que detrás
de esta moda del simbolismo hay una creciente
ambigüedad conceptual que envuelve el término. La psicología profunda.
de la que habla Mircea Elíade, por ejemplo, es la que defiende Carl G. Jung en
su deriva pseuidoespiritualista del psicoanálisis. Si nos referimos
estrictamente a la tradición psicoanalítica la palabra simbólico,
utilizada como sustantivo, ya está presente en su texto fundacional ( La
interpretación de los sueños) y se entiende por ello el conjunto de
símbolos dotados de significación que pueden encontrarse en diversas
producciones del inconsciente, que son un modo de representación indirecta y
figurada de una idea, conflicto o deseo inconsciente. Toda formación
sustitutiva, como el sueño y el síntoma, son simbólicos en la medida en que son
contenidos manifiestos que expresan de manera distorsionada el contendido
latente de estos fenómenos psíquicos. De esta manera lo que se simboliza es
algo oculto que está reprimido, pero la relación entre el símbolo y lo
simbolizado es algo contingente, una asociación psíquica que no tiene más
sentido que el que se adquiere en el contexto de una biografía individual,
totalmente aleatoria y singular. No hay simbolismos universales, como afirmaba
Jung.
La problemática que introduce en el marco del
psicoanálisis esta cuestión, ya está presente en la interesante polémica que se
desata entre Freud y Jung el año 1911 y que les llevará, un año más tarde, a
una traumática y definitiva ruptura ; Freud concluye finalmente que lo que hace
Jung es construir un nuevo sistema ético-religioso que no tendrá nada que ver
con el psicoanálisis. Esta
dualidad de perspectivas se ejemplifica en las diferencias entre Freud y Jung
respecto a la interpretación de los sueños, ya que para el primero la imagen
tiene un valor simbólico aleatorio que se explica por las cadenas asociativas
del sujeto, mientras que, por el contrario, para el segundo hay unos arquetipos
colectivos que se expresan en símbolos innatos y universales.
La misma concepción teórica de Cassirer sobre el símbolo es
ambigua y en algunos aspectos contradictoria, ya que por una parte abre un
horizonte amplio y profundo en el tratamiento de lo simbólico y por otra parte
mezcla de manera confusa cosas como el
lenguaje y el folklore. En el primer aspecto lo simbólico se convierte en el
orden constituyente del mundo humano, que certeramente contrapone al entorno
animal, ya que el símbolo, en la medida en que hace presente lo ausente nos
sitúa en una nueva dimensión que nos permite superar las coordenadas
espacio-temporales del presente. Pero Cassirer, como ya he dicho antes, se
equivoca al colocar en el mismo registro el lenguaje que los otros productos culturales ( el mito, el
folklore, la religión) y a partir de aquí abre paso a esta equívoca hermenéutica
del sentido de Jung y de Elíade. Paul Ricoeur intentará salir de la
ambigüedad introducida por Cassirer considerando su concepción del símbolo como
excesivamente amplia y que éste no tiene que diferenciarse conceptualmente de
un signo lingüístico: es símbolo es una expresión lingüística de doble sentido
que requiere una hermenéutica, que es el trabajo de interpretación que
posibilita descifrar los símbolos".
Pero este doble sentido abre el camino de la analogía, de una arquitectura del
sentido en la que hay dos planos en los que el símbolo muestra y oculta,
paradójicamente, lo que no puede ser dicho de otra manera. El símbolo reclama
entonces ser interpretado y aquí es donde la hermenéutica descubre sus raíces
en la exégesis bíblica efectuada por el cristianismo a través del símbolo y de
la alegoría. La hermenéutica cristiana
busca una restauración del sentido a partir de la interpretación del símbolo
(frente a la hebrea, que sería una hermenéutica de la letra) para
actualizar la
Palabra Revelada.
Ricoeur también crítica a Freud por no haber sido capaz de ver que el
lazo simbólico se edifica en el lenguaje y por no entender que el símbolo no
puede considerarse nunca preverbal : la operación de simbolizar es única y
exclusiva del ser parlante. ¿ Pero es consecuente Ricoeur con esta afirmación?
En todo caso lo que acaba planteando es justamente aquello que Freud más quería
evitar: la desviación jungiana, que consiste en un retorno a la metafísica y a
la teología. No es de extrañar, ya que como confiesa Ricoeur la interpretación
del símbolo tiene más que ver con la hermenéutica de inspiración religiosa que
con el método científico.
La consecuencia lógica del planteamiento
hermenéutico de Jung-Elíade es la de reivindicar el imaginario como el
lenguaje de lo simbólico. Este planteamiento fructificará en La Escuela de Eranos,
lugar paradigmático donde se reúnen las
personalidades más sobresalientes de
esta hermenéutica simbólica y cuyos líderes serán Mircea Eliade, Gilbert Durand y Jung, que dará la siguiente definición de
símbolo.“Es siempre una contextura de naturaleza complejísima, pues entran en
su composición datos de todas las funciones psíquicas (...). Lo rico en
presentimiento y grávido de significación del símbolo es tan elocuente para el
pensar como para el sentir, y su peculiar virtud de imagen -cuando aparece
informado en forma sensible - estimula tanto la percepción como la intuición.
Es la mejor designación o fórmula posible para un estado de cosas relativamente
desconocido, pero reconocido o reclamado como existente.”
Mircea Elíade también defenderá que el pensamiento conceptual nos proporciona un conocimiento muy relativo de la realidad y que es puramente aparente, mientras que el pensamiento simbólico nos permite acceder a las zonas más secretas de nuestra mente a partir de imágenes precisas y no de palabras. Este lenguaje simbólico, utilizando imágenes en el lugar de palabras, es el que nos permite abrirnos desde este planteamiento al Absoluto. Pero ya nos advertía lúcidamente Wittgenstein que los límites del lenguaje marca los límites de nuestro mundo y que de lo que no se puede hablar hay que callar, por lo que la única salida frente a lo Inefable es el silencio. Gilbert Durand, autor contemporáneo que ha escrito sobre lo imaginario desde la perspectiva de la hermenéutica simbólica, insiste en que lo que tiene de irreductible el símbolo es su necesaria inseparabilidad de la imagen. El símbolo no puede ser analizado porque tiene un aspecto concreto, sensible (imágenes, figuras) que es el soporte óptimo para expresar su significado. Es, por tanto, el mejor modo de evocar algo imposible de percibir de modo sensible o analítico-racional. Es una forma expresiva primordial, anterior a la palabra, tanto si es oral como si es escrita. Consecuentemente negará las teorías sobre el símbolo que considera reduccionistas, que van desde el psicoanálisis de Freud hasta la antropología de Levi- Strauss. La totalidad del psiquismo puede reducirse a lo imaginario y la misma función simbólica es producto del imaginario. Estas dos afirmaciones descansan en una antropología errónea de tipo espiritualista e idealista y en una concepción que remite a
Pero creo que lo que hace en
realidad es acabar diluyendo todas las disciplinas de las que habla en (si se
me permite la ironía) una mirada nocturna en la que todos los gatos son
pardos. Y finalmente quiero criticar también su contraposición entre el
pensamiento simbólico y el pensamiento lógico, ya que lo que articula lo
Simbólico es siempre una lógica, una racionalidad.
La cuestión es que todos estos apologistas del
símbolo caen en la contradicción de querer conceptualizarlo, tratamiento que
teóricamente consideran inferior, con lo
que su propio discurso parece desmentir lo que dicen. Si fueran consecuentes se
limitarían a mostrar la imagen simbólica sin
querer transformarla en un discurso teórico. No hay discurso de la
imagen, en sentido estricto, ya que el discurso implica el lenguaje verbal y si
la imagen como tal se puede mostrar, pero en cuanto la explicamos la
transformamos en palabra y en concepto. Lo que puede ser dicho lo es
siempre desde la palabra, nunca desde la imagen y si está más allá de los
límites del lenguaje nos conduce necesariamente al silencio.
Levi-Strauss y Lacan
prefieren utilizar el término símbolo para referirse a lo que éste llama
signo para poder introducir mejor su concepción del Orden simbólico, del
que el lenguaje es el núcleo fundamental
pero que igualmente está vinculado a la ley. El problema, nos dice
Lacan, es que si mantenemos un sentido figurado del símbolo, como hace Ernst
Jones al criticar a Jung desde la ortodoxia psicoanalítica.46,
entonces conservamos una concepción teórica en la que la relación entre el
símbolo y lo simbolizado se presenta como un paso que va de lo más concreto a
lo más abstracto. Para Lacan el simbolismo debe plantearse en términos
lingüísticos y todas las confusiones que se dan en la comprensión de lo
simbólico proceden de no aceptar este axioma. El simbolismo debe entenderse,
por tanto, desde el Orden del lenguaje y éste
lo formula a partir de una lectura personal de Saussure y de Jacobson,
de los que recogerá respectivamente las nociones de significante y
de metáfora. El significante es
definido por Saussure como la parte material del signo, que viene a ser la
imagen acústica que se asocia a un significado; y la originalidad de Lacan es
que para él el significante es lo determinante en el signo, ya que es el lugar
donde se instaura el sentido, puesto que precede al significado y es autónomo
con respecto a él. Éste no es ni fijo ni consistente, ya que cada significante
se ancla sin establecer una conexión rígida con un significado y su lugar se
mantiene aunque este último vaya cambiando. La definición que nos da Lacan de significante
es totalmente diferente a la que da de signo y lo vincula
directamente al Orden simbólico, que para él siempre es de naturaleza
lingüística. Si el signo, nos recuerda siguiendo la definición de
Pierce, “ es lo que representa algo para alguien”, el significante es,
en cambio, “ el sujeto de otro significante”, lo cual quiere decir que si un
signo se entiende en función de lo que representa ( por ejemplo el humo con
respecto al fuego) el significante, núcleo duro de la palabra, sólo se
entiende en función de otros significantes, ya que una palabra la definimos
siempre a partir de otras palabras. Lacan se centra también en la
metáfora (que considerará junto a la metonimia el mecanismo
básico del lenguaje) y que define como la sustitución de un significante por
otro significante. En “De un silabario a posteriori"(continuación del
texto dedicado a Jones ) Lacan plantea que el juego del simbolismo no
consiste, como se cree a veces, en que
el símbolo ocupe una realidad invisible que es inaccesible para el lenguaje y
por ello se expresa a través de una imagen. Se entiende entonces el símbolo como
si presentará un sentido figurado de lo real, Pero lo que ocupa el símbolo, nos dice Lacan , es un siempre un
lugar vacío, que es el que generamos los humanos cuando perdemos el Otro
primordial ( la Madre ),
o dicho en términos más simples, la Naturaleza. El deseo es entonces una metonimia de
este objeto perdido y del significante reprimido que asociamos a él, que se va
desplazando de un objeto a otro y que nunca es completamente satisfactorio
porque siempre es deseo de Otra Cosa. El deseo, inconsciente, es indestructible porque su objeto se
constituye como resultado de un movimiento que busca algo que ya está perdido
estructuralmente. Esta aportación parte
de una interpretación singular de lo que Freud plantea sobre el deseo en La
interpretación de los sueños, en la que, según Lacan, lo que reprimimos es una imagen fonética (un
significante ) y no una emoción. Queda entonces la emoción ( o mejor la pulsión
diría Lacan) pero desligada de su representación y por ello se van desplazando
de un significante a otro significante (
y esta es la base para afirmar que el inconsciente está estructurado como un
lenguaje). Lo constitutivo del inconsciente son entonces los
significantes reprimidos, que están
regulados por los mecanismos lingüísticos de la metáfora y la metonimia.
Lacan
discrimina de una manera fecunda lo simbólico del imaginario,
planteándolos como registros diferentes, aunque no es fácil discriminar cuál es
el límite preciso entre el uno y el otro. Sigamos el itinerario teórico de
Lacan a partir de los cuatros textos de sus Escritos donde profundiza
sobre su concepción de lo simbólico a partir de la noción de significante..
El punto de partida es el retorno a
Freud desde la lingüística, tal como inicia con su famosa Conferencia de Roma, que Lacan
publicará en sus Escritos bajo el título de “Función y campo de la
palabra”, en la que lo simbólico constituye un orden que tiene una función
dominante sobre el registro imaginario y que se basa en la palabra, que es la
que permite introducir la ley, el pacto. Si desde el imaginario el deseo sólo
puede ser reconocido desde la lucha a muerte por el prestigio (sobre la
base de la dialéctica del amo y del esclavo de Hegel en lectura de
Kojéve ), desde lo simbólico el deseo se formula a partir de la palabra. Es el único elemento de pacificación que
permite una mediación para salir de la rivalidad dual y de la agresividad
narcisista que la sostiene. La palabra, que es símbolo por excelencia, es la
presencia hecha de ausencia y, paradójicamente, la ausencia que se nombra.
El origen de la simbolización lo plantea el mismo Freud a partir del juego del fort-da,
que era el que repetía su nieto cada vez que desaparecía la madre para evitar
la angustia de su ausencia. La simbolización es, por tanto, el momento del
nacimiento del lenguaje y de la humanización del deseo ; y el símbolo ( y más
específicamente el de la negación) nace como dominio del abandono ( ¿no
es el primer símbolo una sepultura ?, nos recuerda Lacan). Pero el objeto que
nos abandona está perdido para siempre: el símbolo es el asesinato de
la cosa porque nos separa de lo natural y de la Madre como el Otro
primordial. Su efecto será la eternización del deseo, cómo la búsqueda
de este objeto perdido, siempre sostenido por una falta que es estructural.
En los años cincuenta Lacan escribirá los
otros tres textos fundamentales ( también incluidos en sus Escritos ) en
los que continuará desarrollando esta línea de trabajo teórico : “La cosa
freudiana” ,“La carta robada” y “La letra del inconsciente”. En el primero
planteará una relectura de Freud contra el revisionismo imperante en el mundo
psicoanalítico oficia, l y contando para ello con las aportaciones de Saussure.
Hay que recuperar la línea subversiva de Freud y volver a su revolución
copernicana que desplaza el centro del sujeto humano presentándolo como
estructuralmente dividido. En este texto introducirá aspectos muy interesantes
en su diferenciación de lo simbólico con el imaginario, en la que
el primero tiene que ver con el Gran Otro, que es el lugar del código
desde donde surgirá la palabra donde se constituye el sujeto que habla ( el
je). El significante es, en cierta forma la causa del sujeto, ya que éste
solo existe en la medida en que formula una enunciación, en la medida en que
dice algo. Viene a ser una reformulación del sujeto vacío cartesiano, aunque
éste viene a ser para Lacan un sujeto
dividido, ya que la inmersión en el lenguaje tendrá como efecto una represión
primordial que mantendrá una parte inconsciente, Habrá por tanto un sujeto del
lenguaje, que es el sujeto vacío de la enunciación, y un sujeto del deseo, que
será el sujeto del inconsciente a partir del cual se constituye la propia
realidad psíquica. El inconsciente también es el Otro, ya que está ligado a lo
simbólico y no al imaginario, ya que lo reprimido no es la imagen sino la
palabra ligada a la pulsión, ya que
cuando Freud habla de representación señala siempre su carácter
lingüístico de ésta. En “La carta
robada” Lacan nos propone una reflexión muy interesante en la misma línea de
subordinación del imaginario a lo simbólico, y lo hace a partir de una reflexión sobre el cuento de
Poe La carta, en la que siendo ésta el elemento-clave, en ningún
momento sabemos, ni parece importar, que es lo que dice exactamente. Así se
constituye en el significante (
representado aquí por la carta ) que modela todos los movimientos e
intrigas, que determina todas las incidencias imaginarias de los personajes,
que tampoco conocen su significado. Es la cadena simbólica que conecta y
orienta el imaginario, que marca el proceso el inconsciente y que está marcado
por las leyes de la determinación simbólica. En “La instancia de la letra en el
inconsciente o la razón desde Freud”, Lacan
utiliza éste término judicial para señalar la legalidad de lo simbólico
a través de una constelación simbólica que preexsite al sujeto y que lo
determina sin que éste lo sepa.. La letra es el soporte material del
significante, ya que constituye su unidad básica y lo que el discurso toma
del lenguaje. Y hay que tomarla al pie de la letra, ya que lo que
importa es la estructura fonética, que es donde se articula el significante del
discurso. Freud, nos recuerda Lacan, insiste constantemente ( sobre todo en La
interpretación de los sueños y en La psicopatología de la vida cotidiana
) que la asociación discurre siempre por la línea del significante, es decir,
de la letra. El sueño, nos dice Freud, es como un jeroglífico y nunca podemos
tratarlo por la vía del significado o de la analogía natural, como sostenía
Jung. Lacan está de acuerdo con Saussure en su afirmación básica de que la
palabra no representa la cosa porque
es un signo en el que el significante representa el significado.
Pero para Lacan lo determinante no es el significado sino el significante,
ya que hay un deslizamiento constante del significado bajo el significante: en
la que el sentido es una cadena que no se cierra en la significación de un
elemento determinado.
¡Excelente, Luis!...Lo recibo como material de estudio.
ResponderEliminarTus escritos se enriquecen cada vez más y lo festejo con mucha alegría.
Un fuerte abrazo, amigo..
Gracias, Inés. Estoy dando un curso "en petit comité" y lo estoy trabajando a fondo. un abrazo muy fuerte.
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