La ciudadela interior
Pierre Hadot
Prólogo de Arnold I.Davinson
( Tradución de María Cucurella Miquel)
Barcelona : Alpha decay, 2013
Escrito por Luis Roca Jusmet
Pierre Hadot nació en 1922 y murió en 1920. Es un estudioso excepcional de la filosofía antigua que ha defendido que hay que entenderla no como un discurso sino como una forma de vida. La teoría se justifica por una práctica. Hay que saber pensar para poder pensar bien. Hay que saber actuar para poder actuar bien. La palabra que Hadot considera más adecuada para esta comprensión de la la filosofía era la de ejercicio espiritual. Sin connotaciones religiosas, ni tan solo espiritualistas, la filosofía se entiende así como una transformación interna profunda y global, no solo como un ejercicio intelectual. En este sentido hubo una proximidad en su última etapa con Michel Foucault, cuya prematura muerte impidió un debate que sin lugar a dudas hubiera sido apasionante y fecundo.
Lo primero que hay que saber para entender un texto es cual es la intención y a partir de aquí ver como podemos actualizarlo.Para Hadot está claro : la meditaciones petenece al género de lo que los antiguos llamaban hyponnemata, que quiere decir escribirse o hablarse a uno mismo. Nos podemos preguntar para que escribe uno para sí mismo. Los diarios pueden servir como un ejercicio estilístico o como una forma de autoconocimiento. Pero no es éste el sentido del que hablamos. De lo que se trataba es de escribir unos dogmas, los propios de la escuela estoica, para recordarlos de manera permanente, para tenerlos siempre presente. Como una especie de guía práctica que Marco Aurelio escribía para sí mismo, pero siempre desde la escuela a la que pertenecía, el estoicismo. No se trata de ser original ( no hay que crear conceptos, como decía Deleuze) sino de vincularse a una tradición. Esta tradición tiene unos fundadores, que son Zenón y Crisipo, el siglo III A.C. En Atenas. Su lema : vivir de acuerdo con uno mismo, de una manera coherente. Pero este uno mismo no es el yo singular, sino la Razón Universal. Hay unas reglas establecidas, unos dogmas que hay que aceptar, que son los de la escuela a la que se pertenece: el estoicismo. Lo que cambia de un filósofo a otro es el estilo personal, la manera de enseñar o la presentación de la doctrina. El estoicismo nace como fusión de la ética socrática, ka física heraclitiana y la argumentación aristotélica. Parte de la Unidad de todas las cosas marcadas por una Lógica ordenadora. El filósofo aspira a la perfección moral, a la sabiduría. Quiere hacer siempre lo más verosímil y lo más correcto. El discursos teórico sirve para orientar la acción porque su finalidad es práctica.
El auténtico Maestro de Marco Aurelio es Epicteto. Paradógicamente, un esclavo es reconocido como maestro por un emperador. Epicteto habla de crear un margen de libertad con respecto a nuestro entorno. Ser libre significa crear un espacio interno en el que aceptamos lo que no depende de nosotros y actuamos de la mejor manera cuando sí depende de nosotros. Ser libre es entender y asumir los propios límites. El alma recibe imágenes, forma un juicio a partir de ellas y de este juicio se genera un deseo. A partir de Epicteto, Marco Aurelio defiende la triple disciplina del deseo, del juicio y de la acción. La disciplina del deseo nace de la física. Porque la física es la contemplación de la Unidad de todas las cosas y de su necesidad. Nos enseña que no hay que querer lo no tenemos y nos gusta ni evitar lo que tenemos y nos disgusta. Hay que buscar el bien y apartarnos del mal, el resto debe ser indiferencia. Luego tenemos la disciplina del juicio, que se basa en la lógica, en la objetividad. Ver las cosas tal como son, no distorsionadas por la subjetividad de nuestras emociones. Hay que huir igualmente de la fantasía. Finalmente tenemos la disciplina de la acción a través de la ética. Hay que entregarse al acto correcto, no quedarse a medias, no dispersarse. La atención debe ser plena. Hay que hacer lo correcto, pero con una cláusula de reserva, que es aceptar pueden haber circunstancias externas impidan la acción. Pero hay que intentar invertir el obstáculo y transformarlo en una oportunidad para una buena acción, siempre que sea posible. Hay que saber prever las dificultades para plantear la acción de una manera realista. Lo que importa es la pureza de la intención. En este sentido es una moral de la intención, de los principios, como más tarde formulará Kant y no de las consecuencias, como plantearán los utilitaristas o los pragmatistas.
Es necesario un trabajo interior, una transformación interna para conseguir esta autodisciplina serena. Pero hay que vivir siempre en el presente, no de la nostalgia del pasado ni de la esperanza del futuro. Es el carpem diem de Horacio y en este sentido hay un planteamiento similar entre los estoicos y los epicúreos. Pero lo que sí les diferencia de los epicúreos es la prioridad que dan los estoicos, en su mayoría, a la política. Hay que ser justo y ser justo significa dar a cada cual lo que merece. Quizás podríamos definir su propuesta política como un opción aristocrática con elementos democráticos, lo cual les diferenciaría en este último aspecto de Platón. Hay una especie de voluntad de moralizar la política con una idea de piedad como humanidad, no como compasión.
Políticamente podemos considerar el estoicismo romano ( en el caso de Marco Aurelio y de su maestro Epicteto) como diferente de la teoría platónica porque no se da en los primeros una jerarquía del alma como en Platón. La razón no es la facultad superior que determina el buen camino, como en el caso de Platón. Por el contrario, para el estoicismo, la razón puede ser buena o mala en función del juicio que formula, igual que el deseo o la acción, que en sí mismos no pueden juzgarse : los hacemos por su contenido concreto.
Hadot tiene la virtud de añadir a la opción estoica del deber la idea de gozo, de alegría. En este sentido podemos considerar a los estoicos como antecedentes de Spinoza : la Unidad de Todo con la lógica interna de la necesidad, la libertad como transformación de la necesidad, la aceptación alegre de lo que hay. Hace una relación que aunque arriesgada no deja de ser sugerente, con Nietzsche. La afirmación del presente puede releerse en el Amor fati del filósofo alemán.
Hay un último punto que me llama la atención. Es alguna referencia puntual que hace Hadot entre el estoicismo y la filosofía china. Hadot apunta a la filosofía como experiencia universal. En este sentido sería partidario de Jean François Billeter en su interesante polémica contra François Jullien. Para el primero hay un elemento común entre el pensamiento grecorromano y el chino, mientras para el segundo serían dos caminos inconmensurables. Como dato curioso diré que frente al dualismo occidentales los chinos han tenido una concepción más unitaria en la que dentro de la globalidad podemos diferenciar tres elementos diferentes. Aparte de los que tradicionalmente podemos identificar como la parte más espiritual y la más material hay un tercer factor, que es el chi o qi, que normalmente traducimos por energía. Pero cuando se ha querido buscar un término similar en occidente siempre se ha recurrido al pneuma de los estoicos. También veo una clara similitud con algunos textos neoconfucionistas.
Estamos, en definitiva, frente a un libro excepcional. No solo para los interesados en la filosofía antigua, ni siquiera en la filosofía en general. Cualquier interesado en el arte de vivir debe leer y pensar sobre lo que dice este libro. Es decir en lo que dijo Marco Aurelio y más tarde Pierre Hadot sobre el anterior. Una doble lección que merece nuestro tiempo. Y que hay que leer con alegría, como hace Pierre Hadot.
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