Escrito por Luis Roca Jusmet
Para Žižek la pulsión es, siguiendo a Freud y a Lacan, el más allá del principio del placer ( búsqueda homoestática de la satisfacción ) y de realidad ( adaptarse a las circunstancias, a las exigencia) que sería el interés. Es el exceso vital, tanto la sexual como la de muerte ( paradigma de pulsión). La pulsión de muerte no tiende al nirvana, al cero, tiende al goce ( que es un placer límite ligado a la tensión y, por tanto, al dolor). Es la negatividad de Schelling-Hegel, lo que hace autónomo al ser humano y le lleva más allá de lo adaptativo y del cálculo utilitarista. Podemos entenderla a partir del juicio infinito de Kant, que no es juicio afirmativo ni juicio negativo. Es, por tanto, la no-vida. La pulsión es resultado de la energía de un instinto descabezado, privado de su objeto natural. Los humanos somos una anomalía, pero no a causa de la socialización y la cultura, ya que estas son las que se ponen en marcha para establecer un nuevo vínculo. Porque el ser humano es extraño a su entorno, está separado de él por su autoconciencia. Es, como decía el Hegel juvenil, la “noche del mundo”. Este ser pulsional se inscribe en el orden simbólico. Se inscribe a través del significante, que será el mediador entre el hombre y el mundo. La palabra es el asesinato de la cosa, pero esta cosa ya estaba perdida, existe solo retroactivamente. Pero para constituir esta identidad simbólica hemos de tomar un punto constitutivo, un lugar, una posición que nos constituya como sujetos. Este es el significante-amo, el sujeto a partir del cual constituimos nuestra cadena significante. el sujeto de la enunciación, el sujeto desde el que hablamos. Es el Yo ideal, que adquirimos a partir de la metáfora paterna. Esta la establecemos a partir del significante reprimido, el significante fálico, que es el de la falta. Hablamos de nuestro yo, sujeto del enunciado, que es una identidad imaginaria. La pulsión, en la medida que se identifica con este yo produce un goce narcisista, el del yo ideal. Pero desde el significante-amo se constituye también el superyo, con la energía de la pulsión y que como tal produce un gozo. El Yo ideal es la ley, vacía en sí misma, constituyente. El superyo es la parte oscura, irracional, de esta ley constituida a través de normas abstractas. Lo que sacriofica el superyo es el deseo y por esto nos sentimos culpables. No es que nos sintamos culpables por no seguir el superyo sino por seguirlos, lo cual explica que contra más rígidos somos más culpables nos sentimos.¿ Qué es este deseo que sacrificamos ? Es lo que surge de lo que Lacan llama el objeto a, que es el resto que queda la puslión transformada en demanda de amor. Cuando esto ocurre podemos ligar la pulsión a un significante y por tanto regularla. Quiero decir que entonces queremos algo, algo que nunca cubre nuestra demanda y por tanto el deseo se mantiene. Pero se acepta la castración simbólica que nos permite esta falta desde la que desear y el deseo es, en este sentido, una defensa contra la pulsión no regulada, mortífera, que nos lleva a la destrucción. Cuando podemos transformar el vacío, el agujero en torno al cual gira la pulsión circularrmente, en falta, entonces hay deseo y goce regulado.
El superyo es, para Žižek la parte oscura del Ideal, el imperativo que conduce a la violencia. Pero en nuestra época el superyo sin Ideal ( El Otro no existe, como decía Miller a partir de Lacan) conduce a un imperativo del goce y una de sus expresiones es la violencia. De esta manera no es el goce de aplicar el Ideal sacrificando el deseo ( por lo que cuanto más seguimos las normas más culpables nos sentimos) sino es el imperativo del goce y, por tanto, de la violencia en cuanto que produce goce.
Pero si consideramos el mal como una violencia contra el otro que nos produce un goce ( contra la idea de la banalidad del mal) también hay otra sin goce, que es la movida por el interés del amo anónimo, del que mueve sus intereses indiferente a la violencia que provoca.
“Mi premisa subyacente es que hay algo inherentemente desconcertante en una confrontación directa con él: el horror sobrecogedor de los actos violentos y la empatía con las víctimas funcionan sin excepción como un señuelo que nos impide pensar. Un análisis conceptual desapasionado de la tipología de la violencia debe por definición ignorar su impacto traumático““el destino de un estrato completo de población, o incluso de países enteros, puede ser determinado por la danza especulativa solipsista del capital, que persigue su meta del beneficio con la indiferencia sobre como afectará dicho movimiento a la realidad social…es la danza metafísica autopropulsada del capital lo que hace funcionar el espectáculo, lo que proporciona la clave de los procesos y las catástrofes en la vida real. Es ahí donde reside la violencia sistémica fundamental del capitalismo, mucho más extraña que cualquier violencia directa socio-ideológica precapitalista: esta violencia ya no es atribuible a los individuos concretos y sus malvadas intenciones, sino que es puramente objetiva, sistémica, anónima“
Está también la violencia como pasaje al acto, cuando individual o colectivamente se traspasa el ámbito de lo simbólico. Lo comenta a partir de los disturbios en los barrios marginales de París y Londres.
"La búsqueda de algún significado más profundo o de un mensaje oculto en tales explosiones. Lo más difícil de aceptar es precisamente la falta de sentido de los disturbios; más que una forma de protesta, son lo que Lacan llamó un pasaje al acto, un movimiento impulsivo a la acción que no puede ser traducido al discurso o al pensamiento y que conlleva una intolerable carga de frustración”
Llegamos finalmente a una reflexión ontológica sobre el mal
“De acuerdo con el lugar común ideológico tradicional, la inmortalidad está vinculada al bien y la mortalidad al mal: lo que nos hace buenos es la consciencia de la inmortalidad (de Dios, de nuestra alma, del impulso ético sublime), mientras que la raíz del mal es la resignación a nuestra propia moralidad …¿Qué ocurriría, sin embargo, si diésemos la vuelta a este tópico y bajáramos la hipótesis de que la inmortalidad primordial es la del mal: el mal es algo que amenaza con volver siempre, una dimensión espectral que sobrevive por arte de magia a su aniquilación física y continúa acechándonos. Por ello la victoria del bien sobre el mal es la capacidad de morir, de recuperar la inocencia de la naturaleza, de encontrar la paz en la liberación de la obscena infinitud del mal”
Pero la violencia no parece únicamente en su carac negativa, ya que defiende la necesidad de una violencia ética y política contra la ideología de la tolerancia frente a esta violencia sistémica del capitalismo.
La cuestión, por supuesto, es como se justifica esta violencia. la respuesta que nos da es que nadie puede justificarla desde fuera ( no hay un Otro que pueda hacerlo) y esta violencia solo puede autorizarse a sí misma, como hicieron Roberspierre o Lenin.
El superyo es, para Žižek la parte oscura del Ideal, el imperativo que conduce a la violencia. Pero en nuestra época el superyo sin Ideal ( El Otro no existe, como decía Miller a partir de Lacan) conduce a un imperativo del goce y una de sus expresiones es la violencia. De esta manera no es el goce de aplicar el Ideal sacrificando el deseo ( por lo que cuanto más seguimos las normas más culpables nos sentimos) sino es el imperativo del goce y, por tanto, de la violencia en cuanto que produce goce.
Pero si consideramos el mal como una violencia contra el otro que nos produce un goce ( contra la idea de la banalidad del mal) también hay otra sin goce, que es la movida por el interés del amo anónimo, del que mueve sus intereses indiferente a la violencia que provoca.
“Mi premisa subyacente es que hay algo inherentemente desconcertante en una confrontación directa con él: el horror sobrecogedor de los actos violentos y la empatía con las víctimas funcionan sin excepción como un señuelo que nos impide pensar. Un análisis conceptual desapasionado de la tipología de la violencia debe por definición ignorar su impacto traumático““el destino de un estrato completo de población, o incluso de países enteros, puede ser determinado por la danza especulativa solipsista del capital, que persigue su meta del beneficio con la indiferencia sobre como afectará dicho movimiento a la realidad social…es la danza metafísica autopropulsada del capital lo que hace funcionar el espectáculo, lo que proporciona la clave de los procesos y las catástrofes en la vida real. Es ahí donde reside la violencia sistémica fundamental del capitalismo, mucho más extraña que cualquier violencia directa socio-ideológica precapitalista: esta violencia ya no es atribuible a los individuos concretos y sus malvadas intenciones, sino que es puramente objetiva, sistémica, anónima“
Está también la violencia como pasaje al acto, cuando individual o colectivamente se traspasa el ámbito de lo simbólico. Lo comenta a partir de los disturbios en los barrios marginales de París y Londres.
"La búsqueda de algún significado más profundo o de un mensaje oculto en tales explosiones. Lo más difícil de aceptar es precisamente la falta de sentido de los disturbios; más que una forma de protesta, son lo que Lacan llamó un pasaje al acto, un movimiento impulsivo a la acción que no puede ser traducido al discurso o al pensamiento y que conlleva una intolerable carga de frustración”
Llegamos finalmente a una reflexión ontológica sobre el mal
“De acuerdo con el lugar común ideológico tradicional, la inmortalidad está vinculada al bien y la mortalidad al mal: lo que nos hace buenos es la consciencia de la inmortalidad (de Dios, de nuestra alma, del impulso ético sublime), mientras que la raíz del mal es la resignación a nuestra propia moralidad …¿Qué ocurriría, sin embargo, si diésemos la vuelta a este tópico y bajáramos la hipótesis de que la inmortalidad primordial es la del mal: el mal es algo que amenaza con volver siempre, una dimensión espectral que sobrevive por arte de magia a su aniquilación física y continúa acechándonos. Por ello la victoria del bien sobre el mal es la capacidad de morir, de recuperar la inocencia de la naturaleza, de encontrar la paz en la liberación de la obscena infinitud del mal”
Pero la violencia no parece únicamente en su carac negativa, ya que defiende la necesidad de una violencia ética y política contra la ideología de la tolerancia frente a esta violencia sistémica del capitalismo.
La cuestión, por supuesto, es como se justifica esta violencia. la respuesta que nos da es que nadie puede justificarla desde fuera ( no hay un Otro que pueda hacerlo) y esta violencia solo puede autorizarse a sí misma, como hicieron Roberspierre o Lenin.
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