Escrito por Luis Roca Jusmet
Jean-Paul Sartre escribe el año 1940 L´imaginaire. Psicología fenomenológica de la imaginación. Es uno de los referentes de la importancia que empieza a darse al campo de lo imaginario.
El libro contiene un análisis fenomenológico de la imagen mental a la que, en contra de la teoría de las facultades de los escolásticos y de la teoría asociacionista de los empiristas, le da un estatuto propio diferenciado del de la percepción. Sartre considera la imagen mental y la percepción como dos formas de conciencia paralela, en la que la primera tiene como referencia los objetos mentales y la segunda los objetos físicos. Tanto la percepción como la imagen mental son formas reflexivas de la conciencia que al ser necesariamente intencionales tienen que ser conciencia de algo. La percepción lo es de los objetos físicos, que para el materialista Sartre constituyen en su conjunto el mundo en su totalidad. Pero la percepción lo es siempre de algo que aparece en un contexto, pero éste queda necesariamente excluido del acto perceptivo. La percepción como forma de conciencia de los objetos físicos siempre es trascendida por éstos, ya que existen independientemente de ella y por tanto la desbordan. Nunca pueden ser captados en la totalidad dinámica en la que están inscritos. Los humanos tenemos la capacidad de recordar y de pensar a partir de lo percibido y desde esta capacidad, dice Sartre, elaborar una imagen mental. Diferencia también entre la imagen mental y el signo, al que considera una representación totalmente arbitraria diferente de un objeto mental. Aunque ambos lo son de objetos mentales (ideas). La imagen mental sería entonces la conciencia de estos objetos mentales. Al contrario que los objetos físicos pueden ser captados en su totalidad porque por su naturaleza son fijos: son representaciones mentales están siempre delimitadas de una manera precisa. Para Sartre hay que situar la imagen mental en el registro temporal que le corresponde, que es el del pasado, cuando es un recuerdo, o el futuro, si es un proyecto. En ningún caso puede ser el presente, ya que entonces sustituiría a la percepción. En este caso adquiere lo que llama en sentido negativo una función irrealizante.
El libro contiene un análisis fenomenológico de la imagen mental a la que, en contra de la teoría de las facultades de los escolásticos y de la teoría asociacionista de los empiristas, le da un estatuto propio diferenciado del de la percepción. Sartre considera la imagen mental y la percepción como dos formas de conciencia paralela, en la que la primera tiene como referencia los objetos mentales y la segunda los objetos físicos. Tanto la percepción como la imagen mental son formas reflexivas de la conciencia que al ser necesariamente intencionales tienen que ser conciencia de algo. La percepción lo es de los objetos físicos, que para el materialista Sartre constituyen en su conjunto el mundo en su totalidad. Pero la percepción lo es siempre de algo que aparece en un contexto, pero éste queda necesariamente excluido del acto perceptivo. La percepción como forma de conciencia de los objetos físicos siempre es trascendida por éstos, ya que existen independientemente de ella y por tanto la desbordan. Nunca pueden ser captados en la totalidad dinámica en la que están inscritos. Los humanos tenemos la capacidad de recordar y de pensar a partir de lo percibido y desde esta capacidad, dice Sartre, elaborar una imagen mental. Diferencia también entre la imagen mental y el signo, al que considera una representación totalmente arbitraria diferente de un objeto mental. Aunque ambos lo son de objetos mentales (ideas). La imagen mental sería entonces la conciencia de estos objetos mentales. Al contrario que los objetos físicos pueden ser captados en su totalidad porque por su naturaleza son fijos: son representaciones mentales están siempre delimitadas de una manera precisa. Para Sartre hay que situar la imagen mental en el registro temporal que le corresponde, que es el del pasado, cuando es un recuerdo, o el futuro, si es un proyecto. En ningún caso puede ser el presente, ya que entonces sustituiría a la percepción. En este caso adquiere lo que llama en sentido negativo una función irrealizante.
La imagen mental hay que situarla entonces, continua Sartre, en el lugar que le corresponde. Su función precisa es la de ser la condición que posibilita el horizonte de la acción humana y la existencia de la libertad. Somos libres en la medida que podemos imaginar una realidad que es posible diferente siendo diferente de lo que percibimos. Sólo sobre esta base tenemos posibilidad de transformar la realidad. Para Sartre lo que hacemos al imaginar no es otra cosa que captar un objeto mental que representa situaciones irreales. En este sentido la percepción y el imaginario son complementarios en la medida que son manifestaciones conscientes del presente y de un posible futuro. Tenemos ya aquí una primera línea de trabajo que plantea una determinada concepción del imaginario como el análisis fenomenológico de la imagen mental. Aparece como algo independiente de la percepción y a la que se atribuye la función de ampliar sus límites posibilitando así la libertad humana.